“Para cuatro generaciones diferentes, el concepto ‘chino’ ha tenido cuatro significados distintos. Para nuestros abuelos, era el colador con forma cónica que recuerda al sombrero de paja de los chinos. En la generación siguiente, ‘ir al chino‘ era ir al bazar chino, y en la siguiente, suena a un móvil chino”, explica Antonio Liu Yang, uno de los niños que ha crecido en otro de los ‘chinos’ que nombra después: el restaurante de sus padres en Xàbia. Antes de superar la altura de la barra, servía bebidas detrás de ella. Cumplidos los 13 años, se enfundó camisa y pantalones negros y empezó a atender las mesas. Así, hasta que sus padres se jubilaron y cerraron el restaurante.

Ahora, los negocios asociados con la comunidad china se han extendido y diversificado: “Hay gente que se ha especializado en clínicas dentales, temas de asesoría jurídica, médicos particulares de medicina china, inmobiliarias, etc.”, siempre desde el punto de vista de proveer un servicio a la comunidad china.
El abogado, profesor universitario y formador intercultural, acostumbrado a mediar negocios entre la comunidad china y española, dice ‘ir al chino’ con una naturalidad de la que otros que también han crecido en restaurantes y bazares de todo a 100 carecen. Para Run Xin Zhou, por ejemplo, que ha sacado bebidas y llevado cartas a los clientes del restaurante de sus padres desde que tenía 10 años, el término ‘chino’ para describir negocios de personas chinas le chirría, por mucho que no se diga con «maldad, ya que pudiendo decir ‘tienda’ o ‘bazar’, no tiene importancia si es un negocio chino, español o pakistaní».
‘Chirriar’ es también la palabra que utiliza Javi Huang para describir lo que piensa cuando escucha la palabra ‘chino’, dado que aunque no se siente «mal del todo» opina que suena peyorativo y «no es tan difícil decir ‘voy al restaurante o voy al bazar'». Del mismo modo, a Mónica Su Guo le ofende por la manera despectiva en que se pronuncia.
Estos negocios, aunque forman ya parte del paisaje urbano de muchas ciudades y pueblos desde hace 20 o 30 años, siguen suscitando opiniones negativas entre los que consideran que no forman parte del «barrio de toda la vida«, “degradado” por culpa de la llegada de extranjeros, como afirmaba el vecindario entrevistado en el barrio madrileño de Usera durante la cobertura del Año Nuevo Chino en el telediario de Radio Televisión Española el 28 de enero de 2017. En la pieza, supuestamente enfocada en informar de las actividades organizadas para celebrar la festividad, se aprovecha para colar xenofobia a partir de testimonios de vecinos españoles caucásicos en un barrio que cuenta con un 22% de población extranjera según datos del Ayuntamiento de la capital. Los entrevistados aseguraban que “echan de menos” la vida de “un barrio en que teníamos de todo”, cuya transformación era “una mala pesadilla”, pues “salíamos a la calle las vecinas por la noche y estábamos hasta las 2 o 3 de la mañana”, mientras que “ahora no puedes llevar a un niño, ni lo puedes dejar solo ni con 10” años. Un hombre, español y caucásico, decía sentirse “desplazado”.
La juventud china de Usera nota el «racismo latente», sobre todo por parte de «españoles mayores que los ven como una amenaza», asegura Gladys Nieto, profesora del área de estudios de Asia Oriental de la Universidad Autónoma de Madrid e investigadora de la comunidad china en España. Respecto a su trabajo académico, Nieto señala que lo que más diferencia a la comunidad china respecto a otras comunidades de origen migrante es la cantidad de responsabilidades propias de adultos que los jóvenes tienen desde que son muy pequeños.
Estos jóvenes han sido constreñidos a determinados espacios, a los que coloquialmente se ha llamado ‘chinos’, en algunas ocasiones físicamente, por tener que ayudar desde pequeños en estos negocios, que pertenecían a sus padres. Pero muchos, cuando crecen, se topan con la realidad de constricción, esta vez mental, provocada por los estereotipos y la discriminación racial.
¿Cómo es crecer en ‘un chino’?

Xingchi Yao, de 40 años, es actualmente profesor de chino mandarín en la Universitat de València. Nació y creció en la ciudad de Wenzhou, en la provincia de Zhejiang, China, como tantos otros que emigran desde esa región, como cuenta Amelia Petit en Una mirada a la comunidad china en Occidente (2002). Yao llegó en los años 80 a Valencia, y recuerda que odiaba profundamente ser camarero en el restaurante de su familia, aunque el hecho de hablar con los clientes ayudó a mejorar su castellano. La posibilidad de abrir un restaurante él mismo, de mayor, nunca entró en sus planes: “Quizá si no lo hubiese aborrecido tanto entonces tendría un restaurante ahora”.
Para la valenciana Mónica Su Guo, licenciada en Ciencias Políticas por la Universitat de València y actualmente con un negocio de fundas de móviles en Xàtiva, propio pero que recibe cierta ayuda económica de sus progenitores, la infancia en comparación con sus amistades españoles estuvo marcada por el hecho de tener que ayudar siempre que fuera festivo en el restaurante de sus padres. “Ellos salían, quedaban… me perdía muchos cumpleaños”, rememora. “Tampoco sé lo que es un botellón. Habré ido de botellón dos veces como máximo en mi vida, durante los años universitarios”, reconoce.
Según Mónica, el restaurante de sus padres hizo que tanto su vida personal y laboral como la familiar se integraran. “No podías saber si tu padre te regañaba por algo que habías hecho mal dentro o fuera”, añade. Mónica comía, cenaba, y pasaba gran parte de su tiempo de ocio en el restaurante. Su padre le enseñó a manejar la caja y atender llamadas telefónicas y pedidos con 13 años. El hecho, además, de que el establecimiento estuviera en una rotonda sirvió también para recibir algún que otro apodo con sorna como ‘la china de la rotonda‘.
Por su parte, con 22 años, Elena Wang Wu, nacida en Valencia, ve su futuro lejos de estos ‘chinos’, pero no de China, donde le gustaría pasar varios años trabajando. Aunque todos los días conduce su coche de vuelta desde la terreta hasta Cheste para ayudar en el restaurante de sus padres, como empezó a hacer a la corta edad de 11 años, ella ha estudiado Traducción e Interpretación de inglés, chino y francés, y está preparada para trascender espacios y cruzar fronteras.
El comienzo de su historia no difiere mucho del de otras de jóvenes de origen chino: de pequeña fue cuidada, hasta los 3 años, en Utiel, por una familia valenciana. Aún mantienen el contacto, y con ellos hace “las cosas más españolas, que no hago con mi familia china, como ir de senderismo a la montaña o hacer barbacoas o torràs”. Aunque de pequeña se aburría “muchísimo” en el restaurante, actualmente le gusta trabajar ahí, sobre todo «cuando hay jaleo”.
Aunque los padres de Elena nunca se han desvinculado de la hostelería, el caso de muchos otros chinos migrantes económicos no es así: algunos transitan entre gran variedad de modelos de negocio distintos en períodos muy cortos de tiempo. Por ejemplo, los de Susana Ye, periodista con base en Madrid y que se define como ‘alicanchina’ por haberse criado en la comarca del sur de la Comunitat Valenciana: “Tuvieron un restaurante chino, hicieron venta ambulante por las ferias, han trabajado para otros paisanos, tuvieron una tienda de barrio, y actualmente tienen un negocio al por mayor”. Como Elena, Susana Ye también fue criada por una familia española, hasta la avanzada edad de 11 años, mientras sus padres sumaban largas jornadas laborales.

6 años menos, hasta el primer lustro de vida, estuvo el hermano pequeño de Susana Ruan viviendo con una familia asturiana. La hermana mayor fue cuidada por sus abuelos, pero ni siquiera está segura de cuántos años exactos por la confusión que sufre ante la manera, distinta, con la que se cuentan los años en China. Como la familia de Ye, la de la asturiana Susana Ruan también se dedicó un tiempo a la venta ambulante en ferias, pero actualmente regentan una tienda, en la que admite que “no pasaba mucho tiempo” porque se considera perezosa y trataba de escaquearse continuamente. Además, aprovechaba los tiempos muertos que dedicaba a estar en la tienda para estudiar, cuando, durante Bachillerato, la perspectiva de Selectividad apretaba. Al descubrirla estudiando con tanto ahínco, sus profesores decidieron hablar con sus padres para que pudiera tener más tiempo libre.
Las diversas soluciones aportadas por el profesorado del instituto fueron clave para que Susana pudiera seguir estudiando cuando, en el último curso de Bachillerato, su madre, por problemas económicos, decidió que su hija debía interrumpir sus clases y ponerse a trabajar. Afortunadamente, al final no fue así, y hoy Ruan ha finalizado los seis años de Medicina y ha aprobado las pruebas selectivas de Médico Interno Residente (MIR), optando a plaza en Anestesia en el Hospital Universitario de Canarias. Lejos quedan las navidades de los años universitarios, cuando suspendía los exámenes postvacacionales porque había pasado las festividades trabajando en la tienda. Lejos, aunque no tanto, en Asturias, queda la propia tienda, a la que Susana ya casi no vuelve, centrada en su futuro como médico; un ámbito, sin embargo, que tampoco se libra de incidentes racistas, como los habituales en los establecimientos chinos: “Muerta de hambre, vuélvete a tu país”, le espetó una vez una clienta que intentaba robar descaradamente en el establecimiento.
“Chino, chino de mierda, vuélvete a tu país”, son algunos de los comentarios habituales que escucha Javi Huang, estudiante de Traducción e Interpretación en la Universitat de València, por parte de los clientes del bazar que sus padres abrieron en el barrio de Ayora, cuando estos son incapaces de defenderse o argumentar ante la negativa de Javi hacia la devolución de productos ya abiertos o utilizados. «Es mentira que el cliente siempre tenga la razón», afirma, indignado porque su último recurso siempre sean los insultos racistas.