«¿Cuándo se hablará de racismo?»

Run Xin Zhou

“¿Has recibido comentarios despectivos?”, le pregunto a Run. Da un resoplido, y contesta: “He recibido todos los comentarios despectivos posibles. Pero al principio me los tomaba bien… porque estaba normalizado”.

“Odiaba todo de mí. Odiaba ser china. Odiaba mi nombre, mi cara”, me cuenta Run, que ha crecido en Torrevieja y alude a que siempre le han hecho bullying por ser china. Ahora se encuentra en un proceso de aceptación de sí misma. Lamenta esos momentos y esa etapa de su vida, y hoy se muestra orgullosa de su nombre, su cara, su altura, sus orígenes, aunque aún siente que la miran y observan por la calle, y a veces se pregunta si lo hacen porque es china, o por otra razón.

Aunque las palabras y las acciones racistas más duras se suelen sufrir durante la infancia y en la adolescencia, estas tienen, sin duda, consecuencias en la madurez. La periodista Susana Ye recuerda el caso de Luis, uno de los jóvenes protagonistas de su documental Chiñoles y bananas, que por la discriminación que sufrió en el colegio, terminó anulando su identidad china y definiéndose como español a secas. No obstante, ese es uno de los casos más duros porque, en general, Ye apunta a que ha sido la primera generación, más que la nacida en territorio español, la que ha sufrido “racismo explícito, brutal, burdo”. Añade que en España aún no hay un “racismo ideológico, como en Estados Unidos”, sino un racismo cotidiano, con expresiones generalizadas que se presentan en casi todos los ámbitos, como los de preguntar los orígenes y asumir que la persona es extranjera.

Al final, como dice Susana Ruan, “ser china está en la cara”, y ella ya ha asumido como inevitable que la gente le pregunte de dónde es cuando escuchan que no habla con acento extranjero. Susana se ha acostumbrado a vivir experiencias racistas, que admite que no analiza como tal hasta que escucha otros discursos, como el de Putochinomaricón, en cuyo discurso se ve reflejada a veces.

Ha vivido muchas situaciones incómodas, como cuando el padre de un alumno de su carrera, Medicina, al verla, exclamó: “¿Y estos extranjeros que vienen a hacer el MIR? ¿A qué vienen? ¿Optan a cupo?”. O como cuando el primer año de universidad un compañero la llamó “la china” delante de toda la clase. También de sus propias amigas ha oído frases como: “Susana es china”. Chenta Tsai, alias Putochinomaricón, afirma que, efectivamente, “hasta la gente más cercana a ti puede ser racista”, y confiesa que eso le aterroriza.

Pero quizá la vez que Susana más se enfureció fue cuando vio el odio xenófobo de la red: cuando hubo un incendio en la tienda de su tío, y el incidente salió en periódicos online, que se llenaron de usuarios racistas que comentaban que los chinos queman tiendas para cobrar el seguro.

A pesar de ser también disidente sexual, a Chenta le ha pesado más el racismo que la homofobia. “Soy chine, racializade asiátique, antes que cualquier cosa”, afirma, ya que la propia comunidad LGTBI es racista y fetichiza los cuerpos de las personas racializadas. Su primera relación tenía yellowfever, es decir, su pareja solo salía con personas asiáticas, y Chenta sentía que él era solo un cuerpo, “desechable, intercambiable”. Además, el artista señala el bagaje histórico detrás de los estereotipos sexuales sobre las personas chinas: la propaganda antiasiática del Chinamen y del peligro amarillo en los Estados Unidos restó atractivo sexual a los hombres asiáticos, y la representación en las artes y el cine hipersexualizó a las mujeres. En esta línea, Chenta respondería a Elena Wang cuando menciona que no entiende los comentarios de algunas de sus amigas caucásicas respecto a los hombres asiáticos: “Me han dicho muchas veces que han visto chicas chinas guapas, pero no chicos chinos guapos, opinión que evidentemente no comparto”.

Preguntado por la apropiación cultural, el influencer y activista antirracista responde que solo se podrá empezar a hablar “de tú a tú” cuando haya un equilibrio de representaciones y de referentes: “Una persona blanca tiene el privilegio de controlar cómo se la representa. Las personas racializadas, nosotres, no”. Es necesario equilibrar antes de poder discutir sobre apropiación cultural.

Susana Ruan estaría de acuerdo tanto en la falta de referentes y representaciones como en la estereotipación: “Hay poco, y encima está mal”, comenta, refiriéndose a productos culturales como películas, o programas de televisión como El Hormiguero, en que puede entender que la colaboradora china lo haga “por dinero”, pero señalaría como racistas a los guionistas. A Elena Wang también le incomoda el papel que Yibing Cao cumple en el show de Atresmedia: “Me parece que es un estereotipo, y que exageran muchos rasgos”.

Hasta hace poco, Chenta Tsai no tenía amistades con personas asiáticas. Hoy, miembro activo del colectivo antirracista Oryza, en el que también participa Julio Hu, confiesa que las personas racializadas, al contrario que otras amistades blancas, no le hacen sentir “incómodo” porque entienden su situación sin necesidad de explicaciones. Hace una llamada a la unión: “La sociedad nos ha enseñado a separarnos porque ha visto que cuando los racializados nos juntamos, nos hacemos fuertes”.

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