El Carmen de València y el Wenzhou imaginado por Xingchi Yao

Xingchi Yao nunca ha pensado demasiado en si se siente más chino o valenciano. O en si ha sufrido discriminación o racismo por ser diferente físicamente. Pero sí tiene un par de ideas muy claras: ser chino es algo bastante abstracto, por lo que más que sentirse chino, se siente de Wenzhou, su ciudad de origen; y por otra parte, se siente valenciano, pero especialmente del Carmen y del Mercado Central, porque València en conjunto también le parece una idea vaga.

Xingchi llegó a España de pequeño, en los años 80, y sus principales problemas, más de que de la migración, derivaron del hecho de tener dos familias, una adoptiva y otra biológica; ambas, chinas. Su vida está llena de dualidades y realidades contradictorias. Aunque es profesor de idiomas, afirma que no se le da bien estudiarlos. «Me costó muchísimo aprender español, y aún a día de hoy cometo fallos graves», afirma. Ser camarero en el restaurante de sus padres le ayudó a hablar castellano con fluidez, dado que tenía, forzosamente, que comunicarse con los clientes, pero «lo aborrecía». En consecuencia, nunca sopesó la posibilidad de abrir un restaurante él mismo una vez se independizó. «Quizá si no lo hubiese aborrecido tanto entonces ahora tendría un restaurante», imagina.

Aunque enseña chino mandarín en la Universitat de València, apenas le interesa que su hija de 7 meses lo aprenda. Xingchi le habla en el dialecto de Wenzhou, idioma que sí siente que forma parte de su identidad. Opina que su hija aprenderá mandarín de forma natural, igual que aprenderá castellano o inglés, «porque son idiomas que se hablan en todas partes», y tendrá que hablar «mandarín con chinos y castellano con españoles». No obstante, considera el dialecto de Wenzhou esencial porque es un idioma «más mío, de sus abuelos«.

Respecto a la pregunta de a dónde pertenece, Xingchi siente un fallo temporal y no espacial al respecto, dado que por mucho que vuelva a Wenzhou todos los años, la ciudad que él tiene en su corazón ya no existe. «Me siento de una ciudad imaginaria: del Wenzhou de mi infancia», concluye.

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